Los comentarios siguen y siguen reforzando una idea que pareciera instalarse como una mancha perenne en el tejido social: la desconfianza. Se la presenta como una reacción natural, como una consecuencia de, pero lo preocupante es que parece tener acogida cada vez más la idea de que es una necesidad.
Lo planteo a propósito del incidente del barrio El Golf ¡Qué impotencia, frustración -y obviamente miedo- que una persona sea asaltada por ayudar a alguien que fingía un ataque!. ¡Pero cuánto más escandaloso puede ser a la larga caer en una trampa exponencialmente más peligrosa: la de la ceguera social.
En un inicio pudiera parecer comprensible buscar resguardo en una supuesta indiferencia o transitar por la vida como caballos carretoneros. Sin embargo, a la larga, respuestas de este tipo terminan siendo autoflagelantes. Y no sólo considerando que el día de mañana un ser querido en una situación apremiante pudiera ser víctima de este código de la negación. También porque ello conlleva al aislamiento y, en consecuencia, a la destrucción social.
La reflexión no sólo vale pensando en el tema de la seguridad ciudadana. Se extiende hacia las relaciones sociales en general. Pensando en la indiferencia que existe entre los vecinos, los compañeros de trabajo e incluso dentro de las propias familias.
Los seres humanos son necesiariamente gregarios. Y muchos parecieran caminar hacia la autarquía negando con ello su condición "humana". No es que marchen a contrapelo. Sencillamente no avanzan.
Alguien podría replicar que estoy siendo ciego ante peligros y fenómenos sociales evidentes. No se trata de eso, sino que de construir y buscar un punto de inflexión para generar el efecto palanca y revertir así las desconfianzas.
Las alternartivas son claras. La primera seguir teniendo una actitud pasiva (que en rigor no es tal porque con la indiferencia se "contienen" necesidades y energías). La segunda, una activa. La idea no es asumir una postura caricaturesca de un desprendimiento irresponsable,sino que inicialmente dar pasos pequeños pero significativos. Tomar la iniciativa. Acercarse a aquella persona a quien por orgullo no se saluda, darse la posibilidad de conocer al vecino dejando los prejuicios de lado, saludando, regalando una sonrisa. En consecuencia dando porque el que da recibe, el que ama se hace una persona amable, el que camina llega. Y el que llega obtiene su recompensa (¡Y que rico que sea mutua!). Dando ejemplos se construye, se inspira, se dan alternativas, se abren puertas. El buen samaritano no es sólo el que incondicionalmente va en auxilio de los demás pese al peligro; también el que tiende la mano cuando el o los otros creen que hay peligro donde no lo hay.
Hay muchas puertas que necesitan y pueden ser abiertas. Y no requieren llaves. Probablemente del otro lado habrá alguien para darles la bienvenida.